jueves, 27 de febrero de 2014

Maletas

Cada vez que me voy de viaje, lleno mi maleta de "porsiacasos": por si llueve, por si hace frío, por si hace calor, por si no hay toallas, por si no hay papel...
Y la maleta aumenta, engorda, se hincha, como yo cuando soy feliz y estoy tranquila y mi garganta lo nota.
Al final, me veo por las calles, pequeñita, cabezota pero algo débil, arrastrando una pesada maleta con las ruedas hundidas en la tela, como un moderno Sísifo.
Antes, esa maleta de "quizás" la empujaba, la sostenía, la llevaba con esfuerzo de un lado para otro, por calles conocidas o extrañas, en las que me esperaban o donde nadie aguardaba a mi sombra.
Ahora, aunque sigo metiendo en ella más de lo que debiera, comparto espacio; y aunque sigo cargando con ella de un lado para otro, hay quien me agarra de la mano y me ayuda a que el peso no me dañe los dedos.